Era el 24 de marzo de 1980, cuando estaba dando una misa por el aniversario de la muerte de alguien, y en el momento de la consagración, un franco tirador le disparó directo al corazón. En ese momento la gente salió a ayudarlo, pero lastimosamente ya no se podía hacer nada por él, porque ya había muerto. Fue una fecha muy triste para todos los salvadoreños católicos, porque él era muy bueno.
Tres años antes de su asesinato lo habían nombrado arzobispo de San Salvador, no tenía miedo a la muerte, claro, como humano que era, todos tenemos miedo, pero él estaba seguro que Dios no lo iba a desamparar. Una de las frases que se ha hecho muy famosa por su beatificación es:"Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño" y hoy está más que nunca en medio de nosotros, presente en su querido pueblo, esa gente que tanto lo quiso.
Para mí Monseñor Romero es un ejemplo a seguir, porque hizo la voluntad de Dios, fue capaz de defender la verdad aunque él ya sabía que estaba en peligro de muerte, no le importó, por el contrario, él le decía a los soldados que si la orden que les daban eran matar a la gente, que no lo hicieran, y decía libremente que era la voz de los pobres, y que cesara la represión, aunque no lo conocí, pero sé que me cuida desde el cielo.